domingo, 3 de noviembre de 2019

Sumando días, restando sueños.


Llego a casa y otra vez esta extraña sensación de no saber dónde estas. Otra vez el silencio esperándome detrás de la puerta. Maldita sea la hora en la que apareciste en mi vida para ponerla patas arriba. Al menos antes sabía lo que iba a encontrar al girar la cerradura pero ahora...
Miro alrededor y detengo la vista en el sofá, observo las arrugas de la tela color beige que casi dibujan la forma de tu espalda. Debiste pasar largo rato tumbado ahí, probablemente viendo alguna película, cotilleando tu teléfono móvil o mirando la nada mientras tomabas tu café. No sé si el primero de la mañana o alguno de los muchos que le siguen. Ahí está tu taza favorita, la que compré pensando en ti, reposando sobre la mesa que nos ha visto compartir millones de confidencias. Paso mis dedos por el borde de la cerámica blanca donde tus labios se han posado tantas veces y al cerrar los ojos, recuerdo el sabor de aquellos besos que añoro. Los besos que se fueron espaciando cada vez más en el tiempo, hasta convertirse en el único reclamo cuando tenías ganas de mi. Confieso que por mucho que yo me quisiera resistir, mi amor por ti anulaba cualquier voluntad contraria a estar entre tus brazos. Tu cuerpo siempre fue mi lugar favorito de recreo, el templo donde encontraba la calma por muy fuerte que hubiera sido la tormenta.
-¿Cuándo fue la última vez que arribé a tu puerto?-, me duele pensar que tengo que hacer memoria para encontrar esa respuesta y de pronto a mi mente regresa la misma imagen que se repite de forma constante desde que lo nuestro dejó de ser la suma de uno más uno. Y es entonces, cuando recuerdo que las arrugas del sofá no son de tu espalda sino de mi cuerpo, que tu taza nunca volvió a su sitio y que tus besos al igual que tus abrazos, navegaron sin timón hacia otro puerto.
Y sigo sumando días y sigo restando sueños.






Nota: La imagen que ilustra este post, pertenece a la artista Amanda Cass, de cuya obra me estoy enamorando.





2 comentarios:

  1. Nostalgia, esa extraña ansiedad que hormiguea por toda la piel y más adentro al mirar los objetos que alguna vez fueron usados por la persona amada ya ausente, y recordar bellas convivencias sabiendo que nunca más volverán a ser, y sentir que el mundo alrededor se derrumba, y no saber hacia dónde correr ante tal vacío repleto de objetos y recuerdos. Acariciar un juguete, un libro, una prenda, un reloj, un mueble, escuchar una canción, una risa, un llanto, y de pronto sentir que la cabeza y todo el cuerpo van a estallar con tanta energía que no encuentra el camino de salida, y huir de la inminente depresión hacia la primera distracción placentera que encuentre la mente antes de que las lágrimas inunden el doloroso escenario. Despertar a otra realidad reciente capaz de restablecer la salud mental.

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