martes, 18 de diciembre de 2012

Un canto desafinado a La Navidad

A nadie se le escapa que el mes de Diciembre tiene muchas connotaciones especiales que lo hacen diferente, incluso para quienes no somos precisamente el espíritu de la Navidad.
Echándole un vistazo a las estadísticas del blog, más que nada por aquello de saber desde dónde me visitan y cómo llegan hasta mis retales, me he dado cuenta de que uno de los post más releidos en los últimos días, versaba justamente sobre estas fiestas, bajo el título "Un canto desafinado a La Navidad"
Así que he decidido reeditarlo sin cambiar ni una coma. Sigo pensando lo mismo que escribí aquel 14 de diciembre de 2010.
En lugar de copiar el enlace, copio el texto completo para que resulte más sencillo.

Un canto desafinado a La Navidad.

Llegó de nuevo La Navidad, y con ella, los buenos deseos que luego se olvidan, los nuevos propósitos que no se terminan, el consumismo que nos deja "a dos velas", la cuesta de enero y la poco conciencia, de quienes sólo son buenos, en estas fechas concretas.
Por eso yo este año...
No quiero luces de colores que adornen mi balcón parpadeando de forma intermitente, sólo porque es Navidad.
Quiero luces en mi corazón que espanten el miedo hasta hacerlo desaparecer, colores variados con los que pintar el dolor para que no sea tan negro.
No quiero árboles cargados de adornos, ni una estrella brillante en la copa de un pino artificial.
Quiero acurrucarme contigo bajo la luz de la luna y pedir un deseo a una estrella fugaz.
No quiero regalos envueltos en papeles pintados a mano, esperando que llegue un día concreto para descubrir lo que hay.
Quiero que me regales cada día una sonrisa y besos sin empaquetar.
No quiero hacerme falsas promesas de que con el nuevo año empezará una vida mejor.
Quiero que cada mañana sea una nueva oportunidad de superación.
Me niego a repartir besos y abrazos fingidos a quien ayer me dio la espalda, aunque digan que todo es posible en Navidad.
Hay que pedir perdón y hay que saber perdonar, pero no ser tan hipócrita de creer que todo está olvidado, sólo porque es Navidad.
Quiero estar rodeada de quienes de verdad me aprecian y me valoran tal y como soy, con mis virtudes y mis defectos, sin pedirme que cambie.
No creo en milagros navideños que sólo duran unos cuantos días, ni en palabras "sinceras" cargadas de tiña.
No quiero tarjetas con música, ni postales navideñas
Quiero que escribas mi nombre en cualquier papel, porque simplemente, te has acordado de mi.
No quiero pensar que cuando llega Diciembre la vida es más rosa, que los problemas se olvidan y hay que ser mejor persona...¿Y el resto del tiempo?
Y quiero ser la misma que ayer y un poco mejor que mañana, y decir lo que pienso y sentir lo que siento, sin que importe que sea Diciembre o que vuelva a ser Enero.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Corazón de mudanza.

"Una de las cosas más difíciles en el momento de hacer una mudanza, es  mudar el corazón" (Magdalena Barreto)
Quienes siguen mi devenir a través de estos retales, saben que este año ha estado marcado por un montón de cambios personales, que incluyen un cambio de residencia. Sí, es un cambio que para muchas personas puede resultar insignificante; ¿qué son unas cuántas horas de barco entre un lugar y otro?. Para muchos, seguramente, nada. Para mi, hay momentos en los que esas tres horas suponen un abismo.
Suponen sentir la impotencia de no poder darle un abrazo a una amiga que lo está pasando mal.
Suponen no poder sentarme con mi madre a contarle lo que me ha sucedido ese día.
Suponen no poder quedar con mi hermano en la cafetería de siempre, para contarnos nuestras cosas.
Suponen no poder pasear a Maggie por mi gran avenida, aunque seamos las únicas viandantes.
Suponen no poder salir a la terraza de mi casa y llamar a mi vecina para que se asome a la ventana.
Suponen no poder ver cómo crece día a día la nueva mascota de la familia.
Suponen no poder asistir a ciertas celebraciones el día que se celebran.
Suponen no poder recorrer las calles que tantas y tantas veces me han visto caminar, en el momento que me apetezca.
Suponen no poder estar físicamente con las personas que quiero cuando necesito un poco de ellas.
Suponen sentir ese nudo en el estómago cuando pienso que quizás mis amigos se vayan olvidando de mi, con el paso de los días.
Suponen momentos de nostalgia por no poder mirar a los ojos a las personas que más quiero, por no poder sentir el abrazo de los míos, por no tener la totalidad de mis cosas personales al alcance de la mano. 
Sé perfectamente que con el tiempo, ese abismo se hará cada vez más pequeño, hasta convertirse en lo que realmente es, una mínima distancia.
Sé perfectamente que las cosas materiales sólo tienen el valor que queramos darle.
Sé perfectamente que quienes me quieren seguirán haciéndolo aunque me vaya al fin del mundo.
Sé perfectamente que la distancia más larga no es precisamente la que separa dos puntos.
Es justamente en la distancia cuando mejor se valoran las cosas y a las personas; cuando nos damos cuenta de quiénes son realmente  importantes e irremplazables en nuestra vida.
Se puede aprender a vivir sin un montón de cosas u objetos que un día creimos imprescindibles.
Se puede cambiar de escenario, se pueden cambiar los paisajes, los enseres, los hábitos.
Se pueden reemplazar los momentos, pero no se pueden cambiar los sentimientos arraigados en el alma.

Estoy viviendo una nueva etapa cuya mayor dificultad radica en la "separación de los míos", para tratar de encauzar mi propia vida, por paradójico que resulte. Es ahora cuando me doy cuenta de que, aunque son pocos, su valor es incalculable.
Mi historia no es novedosa. Es la misma de muchísimas personas que, un día decidieron dejar atrás lo que hasta ese momento había sido su vida cotidiana, para llenar lo más importante que tiene el ser humando...el corazón. Y es que el corazón, sólo puede llenarse de AMOR para que no sea un simple músculo, sino el motor de nuestra vida.
Ya lo dijo alguien: "vivir no es sólo respirar".

Es el corazón el que me ha traído hasta aquí, para poder estar a tu vera (como dice la canción).
El mismo corazón por el que he cometido tantos errores y aciertos.
El mismo corazón que me ha hecho ser má fuerte tras cada rotura.
El mismo corazón, ya con alguna que otra grieta, que sigue siendo el motor de mi vida; porque es ese corazón el que me sube y me baja, el que me hace grande y pequeña, el que me recuerda cada mañana que estoy viva y sobre todo, el que le da sentido a todo cuando hago.
Es ese mismo corazón el que extraña lo que dejé y el que me recuerda por qué lo dejé. 

P.d. Es ese mismo corazón el que ahora me dice que mi lugar está aquí, que mi lugar está contigo, porque ahora tú, y sólo tú, haces que mi corazón no sea un simple músculo.

Pd2.Seguro que nuestro proyecto quedará precioso (confío en ti y prometo implicarme)

P.d3.Quiero que la combinación de las cuatro primeras letras de tu nombre sea mi razón de ser. 

P.d4.TE QUIERO.


martes, 4 de diciembre de 2012

Sumar o restar

Las hojas del calendario han ido cayendo una a una. Algunas sin prisa y otras sin pausa. No sé si sumar un nuevo diciembre o restar un año. No me salen las cuentas. Me fallan los cálculos cuando de hacer recuento de mi vida se trata.
Lo que ayer sumaba, hoy puede que sólo sea una resta. Lo que ayer multiplicaba, hoy quizás es una simple división. Vaya, ¡que los números no son mi fuerte!
Otro otoño, otra Navidad.
En esta época del año suelo estar especialmente sensible y hasta susceptible, porque tengo la sensación de que "es obligatorio" mostrar tu mejor sonrisa, pasar por alto determinados problemas y estar más unidos que nunca.
Es como si fuera necesario hacer balance de lo que ha pasado en nuestra vida en el último año y plantarnos propósitos de enmienda. Enfrentarnos a nuestros logros y sobre todo a nuestras equivocaciones. Analizar lo que hemos hecho y lo que se nos ha quedado en el camino.
Tratar de limar asperezas, y si me apuran, hasta quitar "callosidades" que sabíamos que estaban ahí, pero claro, en diciembre todo se ve diferente.
Parece que en esta época del año necesitamos ser mejores personas, más solidarios, más amables, más receptivos a los problemas de los demás. En definitiva, es como si necesitáramos ser más humanos.
No soy de esas personas que esperan con ilusión La Navidad, que la viven y la sienten como una de las épocas más entrañables del año. Creo que realmente nunca lo he sido, con lo cual, no se trata de  una fiesta que haya dejado de gustarme por alguna razón especial. Sencillamente, como decía al comienzo del post, no me gusta la sensación de "obligatoriedad".
Si soy honesta, tengo muchísimos motivos por los que brindar, muchísimas razones por las que estar contenta; así como otros tantos por los que esperar que el nuevo año sea más próspero en determinados aspectos de mi vida. Por eso, aunque la Navidad o mejor dicho, casi todo lo que ella conlleva, no sea santo de mi devoción, este año quiero pensar  diferente. No porque deba ser así, sino porque para mi, diciembre también implica otras muchas cosas.
El frío que se cuela por todos los rincones, testigo mudo de tardes interminables de sofá y manta, acurrucados en nuestro sofá (aunque no sea el más cómodo del mundo).
El chocolate caliente con churros recién hechos, pringando las yemas de los dedos (te prometo que la próxima vez no pondré excusas)
Domingos de cine en casa comiendo palomitas de maíz (vale, vale...cotufas o roscas, para que no me riñas luego).
Acortar distancias en la cama, buscando el calor de la piel de la persona que duerme a tu lado (ya sé que vas a poner cara rara, pero no te hará tanta gracia cuando meta mis pies helados entre los tuyos).
El caldo de gallina que prepara mi madre, capaz de revitalizar todos los sentidos (seguro que cuando lo pruebes, opinas lo mismo).
Pasear sin ningún destino (por cierto, qué bien te sienta tu abrigo nuevo), mientras el resto del mundo hace sus compras navideñas y que me mires de soslayo, porque sabes que me ponen un poco melancólica las luces navideñas y los villancicos que resuenan por doquier.
Preguntarte decenas de veces al día si  me quieres (perdón, eso no sólo es propio del mes de diciembre).
En fin, que aún no he hecho recuento de lo que este año ha supuesto en mi vida.
Aún no he valorado lo que he ganado ni lo que he perdido (aunque más que perder, prefiero pensar que sencillamente son cosas que dejé atrás).
Todavía no me he puesto a hacer ese balance tan propio de esta época del año. No me he parado a ordenar mis experiencias, pero sin duda, este año ha sido un año muy  IMPORTANTE.
Un año de idas y vueltas, de tiras y aflojas, de blancos y negros, de luces y sombras. Un año de risas y llantos, amores perdidos y amores encontrados.
Un año de sueños pendientes, metas cumplidas y propósitos olvidados.
Un año de mucho bueno y un año de mucho malo.
Un año perdido y un año ganado.
Pero si tengo que destacar una sola cosa, (con tu permiso) haré uso de una de tus frases..."Este es el año en el que por fin te conocí".
Por todo lo dicho, y por todo lo que callo, creo que me equivoqué al comienzo de este post, así que voy a rectificar:
"Las hojas del calendario han ido cayendo una a una. Algunas sin prisa y otras sin pausa. Sumo un nuevo diciembre, sumo otro año".
Y además, sumo VIDA, sumo SUEÑOS, sumo PROYECTOS, sumo SONRISAS, sumo PROMESAS, sumo BESOS,  sumo CARICIAS.
Sumo AMOR, y lo más importante...TE SUMO A TI.
Y todo lo que suma crece, todo lo que suma aumenta. Permíteme SUMARME A TI.