martes, 30 de junio de 2009

"El primer beso no se da con la boca sino con los ojos" (Bernhart de Vetadour)

La segunda cita con su recién estrenado nuevo amigo no se hizo esperar. Apenas 48 horas después de aquel primer encuentro que ella seguía recordando y reviviendo en su cabeza, se produjo el segundo, aunque antes de eso tuvo la oportunidad de intercambiar con él algunas impresiones de la primera cita.
Inesperadamente al día siguiente de ésta, él volvió a colarse en su habitación mientras ella pasaba la noche del sábado tranquilamente en casa. Lo cierto es que su agenda de ocio no daba mucho margen a elegir mejor plan, aunque también es verdad que pudo haberse tomado más molestias en buscar alguna alternativa de diversión para el fin de semana, si realmente el cuerpo le hubiera pedido marcha.
La sorpresa fue muy agradable, pues no esperaba que él también hubiera decidido quedarse en casa aquella noche, imaginó que estaría tomando una copa en cualquier garito de moda, rodeado de gente ávida de diversión y ganas de olvidar por unas horas, el trabajo, el estrés y los problemas de una semana que, probablemente para muchos, habría sido larga y agotadora.
Ese sábado, ella tenía previsto pasar la noche buscando entre las páginas que darían vida a su portátil alguna conversación interesante con la que pasar el rato entre las sábanas de su cama, que combinaban perfectamente con el color dorado de las cortinas que ocultaban la cristalera que daba al exterior.
No pasó mucho rato hasta que su nombre apareció en verde en su lista de contactos, por lo que no cabía la menor duda de que él estaba al otro lado del ordenador, y en ese instante un escalofrío de alegría recorrió todo su cuerpo.
Por primera vez desde que se conocieran, entre conversación y conversación, algún comentario intercalado dejaba entrever que entre ellos estaba empezando a surgir algo especial. Horas y horas de charla hicieron que se olvidara de cualquier problema o adversidad, y que por poco la sorprendiera el alba para darle los buenos días en una cama deshecha y vacía, que esa noche “Morfeo” había tardado en visitar para arroparla entre sus brazos.
Cuando apagó la luz de la mesilla de noche, sus ojos cansados se rindieron a un sueño placentero. Intuía que no pasaría mucho más tiempo para volver a tenerlo frente a ella. Con ese regusto agradable de quien espera suceda algo bueno, comenzó el último día de la semana, entre cafés, lectura de la prensa dominical, un poco de relax en la piscina y un mensaje recibido en su móvil invitándola esa misma tarde a tomar un café. Estaba claro que a él le apetecía tanto como a ella volver a verse, y sin ningún tiempo que perder comenzó su ritual de aseo con la expectativa de sentirse guapa de la forma más natural posible, sin caer en ningún tipo de exceso, pues no le gustaba llamar demasiado la atención.
Una pequeña confusión en la ubicación del punto de encuentro, retrasó unos minutos más esa segunda cita, con lo que los nervios se iban acrecentando hasta que por fin sus miradas se cruzaron de nuevo. Una pequeña broma por la confusión producida la hizo relajarse un poco mientras se dirigían caminando a la cafetería más próxima. Cada minuto que pasaba ella lo miraba con más interés, con mayor entusiasmo y deseaba que el tiempo se detuviera porque sabía que estaba próximo el final del encuentro, pues las obligaciones laborales de él no podían hacerse esperar más. Sorpresa, alegría, entusiasmo e incluso tranquilidad, fue lo que sintió cuando él le propuso acompañarlo durante la próxima hora y media. Una buena oportunidad para que ella lo conociera un poco más a través de sus trabajo y de paso, alargar un poco más el encuentro.
No accedió inmediatamente porque pensó que sería demasiado descarado hacerle saber que estaba deseosa de estirar el tiempo que habían compartido, así como de verlo en su faceta como artista, pero cruzaba los dedos para que él insistiera lo suficiente como para “convencerla”.
Y sin más...ahí estaba él. Tras una media hora de espera que para ella se hizo interminable, él apareció al fondo del escenario. Completamente vestido de negro, lo que resaltaba aún más el moreno de su piel, no precisamente adquirido por horas de sol y playa. Un escalofrío de sensaciones recorrió todo su cuerpo. No sabría describir qué fue lo que sintió en aquel momento tan especial, en el que la silueta de su guitarra resplandecía por encima de todo. Sus dedos ágiles se movían con la destreza de alguien que llevaba muchos años dedicado a hacerle cosquillas a aquel instrumento, de una forma delicada y por momentos pasional. Y pensó que aquellas manos, sin duda, tenían una sensibilidad especial que a ella le encantaría percibir en su propio cuerpo, si en algún momento pudiera competir con aquella reluciente compañera de viaje de la que habían hablando en muchas ocasiones.
Mientras sus dedos arrancaban melodías que inundaban todo el lugar, acompañadas del taconeo incesante de un cuerpo de baile femenino, ella no podía dejar de mirarlo, de contemplar aquella estampa que alcanzó su punto álgido cuando él se quedó completamente solo sobre el escenario, para deleitar a los presentes con un “solo de guitarra” que a ella la dejó sumamente emocionada. Fueron tantas las sensaciones que sintió en ese momento, y tales las ganas de sentirlo más cerca que nunca, que supo que es totalmente cierto que “el primer beso no se da con la boca sino con los ojos”.
Una cena en su “chino preferido” y fin de una jornada que a ella le pareció corta porque a su lado el tiempo pasaba volando, pero intensa porque había sentido un cosquilleo especial que se perfilaba como algo nuevo y positivo en su vida. Lo mejor de todo, es que ya no tenía que imaginar cuándo sería la siguiente cita pues que habían quedado para ir al cine el día siguiente. Ambos coincidían en su deseo de ver una película de reciente estreno que pintaba muy bien.
De camino a casa una sonrisa tonta dibujada en los labios la acompañó durante todo el trayecto, un montón de pensamientos desordenados ocuparon su mente hasta que abrió su portátil para volver a encontrarse con él.
Lo que sucedió durante las siguientes horas, combinado con todo lo anterior, hizo que esa noche fuera irrepetible, porque esa noche por primera vez empezaron a desnudar el corazón comunicándose con las historias más bellas de amor en forma de canciones. Se regalaron frases, melodías, pensamientos e incluso situaciones en las que podían imaginarse el uno con el otro. Por momentos le costaba dar crédito a algunas frases que leía y por segunda vez en un mismo día...un desfile incontrolado de mariposas revolotearon en su interior.
Apenas le quedaban unas horas para que el sonido estridente de su móvil en modo despertador, la avisara de que empezaba una nueva semana y con ella, las diarias jornadas laborales. Sabía que le costaría despegar los párpados, se dormiría en cualquier esquina, su cerebro no procesaría con la suficiente agilidad y necesitaría dosis dobles de cafeína para volver a sentirse humana, pero todo eso le importaba muy poco en comparación con la enorme sonrisa que ahora se dibujaba no sólo en su cara sino también en su corazón.

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