martes, 28 de julio de 2009

Dos trazos y un borrón

Comienza la última semana de un mes de julio que está resultando bastante caluroso.
Los termómetros comenzaron hace días su particular venganza contra el frío invierno que este año se prolongó más de lo habitual.
Vuelvo a empezar la semana con un poco de sueño, aunque no importa el cansancio porque he disfrutado de un estupendo y variado fin de semana, que sólo se ha visto empañado por un acontecimiento trágico que me hace reflexionar sobre el valor del presente, del ahora, del momento.
Una llamada telefónica de una compañera de trabajo, me pone al corriente del fallecimiento del hermano de alguien relacionado muy directamente con mi ámbito laboral y también personal. En los últimos meses la relación con esta persona dejó de ser exclusivamente profesional para compartir algunos momentos de mesa y mantel salpicados de horas de charla, confidencias y algunas risas. Lo cierto es que me ayudó mucho en un momento bastante delicado para mí a nivel emocional.
Me impactó mucho la noticia. La muerte inesperada de alguien conocido siempre es un trago amargo, pero en este caso además recordé que la figura del difunto en cuestión, había sido en alguna ocasión uno de los temas de nuestras largas charlas.
Aunque intenté no pensar demasiado en el tema, lo tuve presente todo el fin de semana, imaginando el dolor de la familia y el varapalo tan grande que les había vuelto a dar la vida.
La pérdida de un ser querido siempre nos lleva a pensar en lo injusta y corta que es la vida y a replantearnos muchos aspectos como el hecho de intentar aprovechar más y mejor nuestro tiempo.
Como dice Rosana Arvelo en una de sus últimas canciones “la vida son dos trazos y un borrón”.
Yo quiero hacerme el firme propósito de vivir preocupándome sólo de aquello importante, de lo que vale la pena. Quiero aprender a disfrutar más de lo que me rodea, de las pequeñas cosas de mi vida cotidiana, de las personas que están a mi lado y hasta de los momentos en los que no hago nada. Me acaba de venir otra frase a la cabeza, “la muerte está tan segura de ganarnos, que nos deja toda la vida de ventaja”.
Al final, sólo cuentan los momentos que vives, y lo importante es el contenido de esos momentos.
Dejando a un lado este suceso, quiero contarte que durante el fin de semana tuve la oportunidad de recargar mis pilas de la felicidad y que ya vuelven a rebosar energía por todas partes.
Me gusta esta sensación de no importarme el mundo ni lo que suceda en él. Esta sensación de que nada ni nadie te va a quitar la sonrisa tonta de la boca, esa que se te pone cuando estás con alguien especial y deseas que el tiempo se detenga para siempre.
Adoro este estado de idiotez en el que las cosas malas dejan de ser tan malas y los momentos buenos se convierten en momentos extraordinarios. Me encanta abrir la boca para decir tonterías, sin analizar las palabras, sin pensar las frases. Sonreír por cualquier chorrada sin parecer que he perdido el norte. Que me roce la mano en cualquier esquina y me robe un beso tímidamente, y que cuando estamos solos me haga sentir que no hay mayor volcán en la tierra que su cuerpo ardiendo de deseo por mi.


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