martes, 31 de marzo de 2020

Hoy no tenías que venir

Tal día como hoy, hace exactamente dos años, publiqué el texto que hoy he querido rescatar para compartir de nuevo, porque los recuerdos siempre llegan sin avisar, disfrazados de cualquier cosa para que los dejemos pasar.
En esta ocasión, he querido acompañarlo con una imagen de Amanda Cass, cuyas ilustraciones me tienen cautivada.

Hoy no tenías que venir

Hoy no, hoy no tenía previsto recordar. Hoy no era el día, ni el momento ni estaba en el lugar. Pero las cosas a veces llegan solas, sin buscarlas se dejan encontrar.
Hoy no quería pensar en ti, hoy no tenía previsto revivirte. Hoy no entraba en mis planes recordarte.
Ya me resulta cansino que vengas sin avisar y que yo siempre esté ahí para recibirte aunque no sea con los brazos abiertos. No sé por qué siempre dejo que me quites la ropa, y no precisamente  la de andar por casa, esa que tanta gracia te hacía porque más bien era tuya que mía; sino la que cubre mis temores, mis miserias y manías.
Hoy no, esta noche no quería visita. Esta noche era para mi, conmigo misma. Pero como siempre que entras por la puerta, he sido incapaz de echarte a patadas, que es lo que realmente mereces por hacerme tan pequeña y recordarme que no todos los cuentos son de hadas.
Quizás sea yo quien algún día se cuele en tu vida sin avisarte, sin que lo esperes, y entonces recibas de tu propia medicina. Ojalá algún día seas tú quien no se resista a abrirme la puerta o que yo esté tan presente en tus recuerdos, que la dejes entreabierta.
Hoy no tenías que haber regresado, pero lo has hecho. Disfrazado  de canción, de frase, de imagen.
De repente todo me recuerda a ti. Todo tiene tu forma o sencillamente tú formas parte de todo; no lo sé.
Hoy que me propuse cruzar otros caminos, descubrir otros destinos y desvestirme en otros brazos.
Hoy que quería pronunciar otro nombre, acariciar otro cuerpo y besar otros labios.
Hoy que, como dice la canción,  me decidí a ponerme tacones para escuchar el sonido de mis pasos.
Hoy, una vez más, tu recuerdo vuelve para burlarse de mi.
Hoy no tenías que estar, hoy no tenías que ser. 
Hoy no debiste volver, hoy no tenías que venir.

domingo, 29 de marzo de 2020

Nadie es mejor que nadie (Covid-19)

Otro domingo en casa,
esperando que la tormenta escampe,
que el "bicho" se muera ya,
y nuestras vidas sigan adelante.
Nutriendo el alma de recuerdos,
enriqueciendo el tiempo con instantes,
pero sobre todo redescubriendo
que nadie es mejor que nadie.

jueves, 26 de marzo de 2020

El confinamiento (Covid-19)

En marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía pero a partir de ahora, también será recordado como el mes que nos cambió la vida para siempre y no precisamente a golpe de versos.  En un momento de confinamiento absoluto porque el principal lema es "quédate en casa", es inevitable pensar en todo lo que dejamos fuera, pero sobre todo, en quienes están fuera para que nosotros podamos quedarnos dentro
Son días en los que la solidaridad tiñe los colores de nuestra bandera, días de balcones,  de calles vacías, de tristeza en los ojos y aplausos a media tarde. Días de mensajes a los nuestros, de pantallas de móviles con baterías moribundas, de cosas que inventar y tareas por hacer. También son días en los que la mayoría rescatamos al niño que llevamos dentro y al mirarnos al espejo nos preguntamos si realmente estamos orgullosos de ser quiénes somos. Quizás nos demos cuenta de que en muchos momentos de nuestra vida pudimos hacer más por aquellas personas que sólo reclamaban un poco  de atención. Hoy nos miramos al espejo y pensamos en la madre, el padre, el hermano o el hijo que somos, y es inevitable pensar en nuestros padres y abuelos, en todas esas personas mayores que hoy son los más vulnerables ante este virus que nos has trastocado nuestra manera de ser. Me sobrecoge el alma pensar en esas personas que no han podido ganar la batalla y que se han ido en silencio y en la más completa de las soledades. Qué tristeza no poder despedir a nuestros seres queridos, dar un último aliento, una última mirada, un último beso. Y no puedo evitar acordarme de mi abuela y se me agolpan un montón de sentimientos. Ella ya no está y aunque quizás no se entienda esto:-"agradezco que así sea"- porque al menos pude/pudimos ver cómo se apagaba poco a poco y acompañarla hasta el último momento. 
Si cualquier despedida "para siempre" duele en las entrañas, cómo poder gestionar que no la haya. Probablemente era necesario este dolor para que recordásemos lo vulnerables que somos y que no hay nada en esta vida que pueda ni deba estar por encima de lo que realmente importa, la propia vida; esa que nos brinda cada día la oportunidad de ser y de sentir.
Más allá de ideologías, colores, razas o religiones, todos, absolutamente todos, estamos hechos de la misma materia. Qué importa la cuenta corriente, la carrera que se tenga, o los metros cuadrados de nuestra casa, si al final, hay enemigos como la muerte, que nos elige a ciegas.
Al margen de esta tragedia, son muchas las personas que se quejan por tener que estar en casa, que manifiestan aburrirse infinitamente en un encierro impuesto y que inventan mil argucias por salir. Y yo pienso que el universo nos está haciendo un regalo aún a costa de tanto dolor. Nos está regalando tiempo para poder usarlo, gastarlo o malgastarlo a nuestro antojo, sin horarios ni remordimientos. Tiempo para mimarnos, cuidarnos, descansar y hacer todo aquello que en nuestro frenético día a día no podemos llevar a cabo. Aquellas pequeñas cosas que siempre quedaron en nuestra lista de asuntos pendientes: la película que no acabamos de ver, el libro que se quedó cogiendo polvo en la estantería, los cajones que dejamos sin revisar, la receta de aquel pastel que tanto nos gustaba, cambiar los muebles de lugar o el te quiero que no tuvimos tiempo de decir. No sé por qué nos empeñamos en ver este encierro como algo tan difícil cuando hay familias que tienen la gran oportunidad de reconstruir relaciones, de contarse aquello que quedó por decir y compartir la vida, aún dentro de cuatro paredes. Seamos un poco más solidarios con quienes no pueden quedarse en casa ya que  su labor es esencial y vital para el resto de la población así como con tantas personas que tienen que lidiar con el “bicho.“. Evitemos tantas quejas y lamentos y celebremos la vida estando más cerca de quienes queremos aunque sea sin tocarnos porque es increíble lo cerca que podemos llegar a estar a pesar de la distancia, es sólo una cuestión de proponérselo.
Yo me quedo en casa. Todo va a salir bien. Esta lucha es de todos y la vamos a ganar.

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domingo, 22 de marzo de 2020

Vivir no era lo que pensaba (Covid-19)

Regreso a este lugar donde tantas veces he encontrado la calma, en un momento que, imagino, todos hemos calificado como poco de "surrealista". Nos levantamos cada mañana deseando conocer la  evolución de esta crisis sanitaria que nos ha cambiado la forma de ser y de sentir. Una emergencia sanitaria que nos ha puesto la vida patas arriba y que se ha metido dentro de cada uno de nosotros en forma de nudo; de esos que aprietan fuerte y cortan las respiración. Aunque hablo metafóricamente, esta pandemia protagonizada por un único enemigo llamado COVID-19 o Coronavirus, ya le ha quitado la respiración a miles de personas en todo el mundo. Ellas no tendrán la oportunidad de contarle a las futuras generaciones cómo un bicho invisible nos cambió la vida, nos arrebató la libertad durante un puñado de días y arrasó con la sonrisa de tanta gente. Ellos no podrán recordar esta pandemia como un mal sueño porque ya duermen eternamente. Mientras la mayoría de la población intentamos resguardarnos del enemigo, miles de personas siguen trabajando, luchando y exponiéndose cada día al contagio para tratar de frenar y controlar este monstruo sin piedad que nos vapulea desde su privilegiada posición de invisibilidad.
Estamos viviendo una crisis sanitaria mundial que hace estragos no sólo en cada uno de nosotros a nivel personal y particular, sino que no deja títere con cabeza en todo lo que nos rodea. Nosotros, que nos creíamos dueños del universo y más listos que el planeta, nos hemos dado de bruces con una triste y dolorosa realidad que nos golpea el alma cada vez que actualizamos la información de lo que sucede "ahí fuera". Una jodida realidad que a la mayoría nos mantiene "escondidos" en nuestras casas con la esperanza de que el virus no nos encuentre y por lo tanto, pase de largo. Pero esa misma jodida realidad es a la que se enfrentan los héroes de carne y hueso que cada día se arriesgan por salvar la vida de las personas afectadas o por intentar preservar el bienestar, la seguridad y el sustento de la población. Esos mismos héroes que sienten el dolor ajeno como propio porque reconocen en cada uno de nosotros a quien podría ser su padre, su hijo, su amigo o hermano. 
Ojalá cuando pase todo esto, no olvidemos el valor que tienen todas y cada una de las profesiones, pero especialmente aquellas que se juegan su vida por la nuestra, aún sin los recursos adecuados para salvaguardar su propia seguridad.
Qué pena que una situación tan extrema como esta pandemia, sea la razón por la que hoy vemos el mundo distinto. Es muy triste que tengamos que pasar por una situación así para comprender que la vida no es eso que nos han contado, vendido o enseñado. Pero al final, de cada momento adverso, de cada época de crisis,  sale algo positivo y en este caso, son las muchas muestras de solidaridad que se suceden a diario. Espero que también sea el despertar de muchas conciencias que hasta ahora no veían más allá de intereses propios
La vida no es conseguir objetivos, acumular trofeos, alcanzar metas, escalar posiciones, ganar más dinero, adquirir comodidades o ahorrar para el futuro; aunque todo ello sea a costa de invertir nuestro tiempo y olvidarnos de vivir. Hoy más que nunca debemos pensar que el futuro es ahora, porque más allá del ahora, todo es incierto.
No escribo estas líneas para recapitular datos sobre esta situación de emergencia sanitaria, ni de la evolución de las medidas adoptadas en un estado de alarma que nos ha cambiado la perspectiva y cuyo decreto se amplía justamente hoy por otros quince días. No voy a plasmar en números las cifras de afectados que nos ponen la piel de gallina. Ni siquiera voy a dar una pincelada sobre la gestión política que cada país está llevando a cabo y que tantos debates acapara. No pienso escribir sobre la depuración de posibles responsabilidades públicas ni pronunciarme sobre si las decisiones tomadas son acertadas o desacertadas, si han llegado a tiempo o a destiempo. Ahora sólo nos queda tener fe y esperanza para que esta terrible situación acabe cuanto antes y que dentro de todo lo malo, salgamos reforzados como una sociedad más humana y unida. Ojalá aprendamos colectiva e individualmente a priorizar y a darle a cada cosa la importancia que realmente tiene.
Yo sólo escribo como alguien que, al igual que otros miles de personas, tiene que estar recluída en  su casa. Alguien que ha perdido temporalmente su puesto de trabajo, que no sabe durante cuánto tiempo tendrá que ponerse guantes y usar mascarilla como medida de protección. Alguien que tiene miedo de lo que pasa fuera de su "zona de confort" y que teme que este maldito virus le haga daño a alguna de las personas que quiere. Soy una gran privilegiada porque afortunadamente no tengo que asumir ninguna pérdida personal, ni llorar a solas sin poder despedirme de un ser querido; ese es el verdadero drama que están viviendo millones de personas.
Escribo porque no se me ocurre una manera mejor de liberar la angustia, el dolor y la tristeza que me provoca lo que está pasando. Para dejar escapar el miedo que me acorrala las entrañas al pensar en las consecuencias que tendrá todo esto a nivel sanitario, económico y social. Escribo para salir de esta trinchera que en otras circunstancias es mi hogar. 
Si algo estamos aprendiendo en estos momentos tan difíciles es "lo poquito que somos", por mucho que tengamos. De nada sirven las cosas materiales cuando no tienes la posibilidad de disfrutar de lo único que de verdad importa; la libertad, porque si hay algo contrario y antepuesto a la libertad, es el miedo.
Libertad para estar donde queramos, cuando queramos y con quien queramos. Ser libres de abrazar, de tocar, de besar y de acariciar a quienes nos importan. 
Todo esto que está pasando y que nunca debió pasar, debe enseñarnos que la vida es lo que sucede cada día desde que nos levantamos y no aquello que planificamos o que aplazamos para mañana. La vida es ahora, en este momento. 
La vida es tomarnos con los amigos ese café que tantas veces quedó pendiente, ponernos la ropa que guardamos "para salir", gastar ese perfume que nos encanta y que sólo nos ponemos en alguna ocasión especial. Ir a casa de nuestros padres sin programar la visita, cocinar lo que se nos antoja, caminar por donde nos apetece bajo la luz del sol o de la lluvia. La vida es abrazar a quienes queremos y sentir que no hay un lugar más seguro que esos brazos. Besar a los amigos y a la familia, cogernos de la mano y sentir que todo va a salir bien. 
La vida es emocionarnos con un gesto, apagar las velas de cumpleaños bajo la atenta mirada de los nuestros, sonreír en el trabajo por muy duro que sea porque, al final, sólo es trabajo. Llegar a casa y disfrutar de nuestro espacio sabiendo que podemos abrir y cerrar la puerta tantas veces como queramos, sin ningún tipo de restricción. 
Eso es la vida, en eso consiste vivir, en hacer grande todo aquello que hasta ahora nos parecía tan pequeño.