Con
la llegada de septiembre, llegarían también sus segundas vacaciones
como “single”. Esa palabreja tan chic y de moda, que no deja de
ser una máscara para evitar decir que realmente no compartes tus
despertares con nadie.
Hacía ya dos años
que su relación con Mario había terminado. Desde entonces había
tratado de parchear su corazón descosido, pero el arte del buen
zurcir nunca se le ha dado bien.
Muchas veces sigue pensando que lo encontrará al llegar a casa, que en cualquier momento sonará su teléfono y escuchará su voz para pedirle una nueva oportunidad. Aún busca su olor a loción de afeitar o el perfume que tantos años impregnó su almohada.
En esos momentos, cuando los recuerdos atacaban sin piedad, Verónica era más consciente que nunca de su realidad, llevaba mucho tiempo siendo la única dueña del mando a distancia.
Muchas veces sigue pensando que lo encontrará al llegar a casa, que en cualquier momento sonará su teléfono y escuchará su voz para pedirle una nueva oportunidad. Aún busca su olor a loción de afeitar o el perfume que tantos años impregnó su almohada.
En esos momentos, cuando los recuerdos atacaban sin piedad, Verónica era más consciente que nunca de su realidad, llevaba mucho tiempo siendo la única dueña del mando a distancia.
-”No se puede
obligar a nadie a quererte. Se acabó el amor y sucedió lo que tenía
que suceder”- se decía. Muchas veces para evitar ahondar en los por
qué, dos años atrás, decidieron soltarse de la mano para continuar
por caminos diferentes. De mutuo acuerdo, sin escenas de reproches,
sin gritos, sin faltas de respeto. Sólo con alguna lágrima furtiva
surcando las mejillas de ambos.
Desde hacía meses apenas compartían buenos ratos. Habían dejado de salir juntos a
divertirse, ni reían juntos.Tan ocupados siempre en los problemas del trabajo y en
mantener a flote una economía en declive, que no permitía muchos
lujos ni caprichos.
Poco a poco
empezaron a convertirse en dos extraños que se conocían sin
reconocerse.
Verónica al
principio no le dio demasiada importancia, pensó que quizás se
debía a un mal momento, pero estaba segura de que pasaría. Si
hubiera algo más, Mario se lo contaría como había hecho siempre.
Pero nunca hubo una explicación, aunque ella trató de buscarla, sin
éxito alguno hasta que terminó por jugar al mismo juego.
Sin darse cuenta, la
rutina y las obligaciones se impusieron a todos aquellos momentos que
diez años atrás los habían unido. Una década compartiendo los
mismos sueños que hoy reposaban en camas distintas y quizás, con
personas distintas.
Habían perdido todo
contacto, pero Verónica sabía por algún amigo común, que Mario
había salido con varias sustitutas, aunque no tenía la certeza absoluta
de que hubiera encontrado a la mujer definitiva.
Ella por su parte,
también había salido con otros hombres en un intento de sentirse
mujer, aún después de cumplir los cuarenta. Esa edad en la que te
sientes un poco extraña ante determinadas situaciones nuevas, porque
ni eres tan joven para hacer tonterías, ni lo suficientemente mayor como
para llevar una vida demasiado aburrida, sin sobresaltos.
Citas a ciegas que
sus mejores amigas se empeñaban en organizar para ella y de las que
al final, sólo quedaban algunas anécdotas para escribir en su
diario de single o compartir con ellas tomando un café.
No quería reconocer
que en aquellos desconocidos, de alguna manera, esperaba reconocer el
brillo de los ojos de su ex, porque a Mario siempre le brillaban los
ojos cuando la miraba, aunque en los últimos meses de relación,
ese brillo se hubiera apagado.
Mario había pasado
por varias camas, había salido con algunas compañeras de oficina,
dispuestas a conquistar a un hombre como él, que durante tanto
tiempo había sido inalcanzable. Se había ganado la admiración
entre las féminas de su empresa, porque era de esos pocos hombres,
que no giraban la cabeza ante unas piernas enfundadas en altos
tacones, ni tomaban nota mental de la talla de sujetador de su
compañera.
Desde la ruptura con
Verónica, su soltería se convirtió durante varias semanas, en la
comidilla de las reuniones improvisadas en torno a la máquina de café.Sus compañeras especulaban
e inventaban toda clase de razones para explicar los motivos,
inclinándose siempre la balanza hacia una infidelidad por parte de
Verónica, que lo había dejado a él fuera de combate.
Mario era un hombre
prudente. Jamás hablaba de su vida privada y mucho menos de lo que
aún sentía por Verónica. Ni él mismo quería
admitir que su nombre le seguía quemando por dentro. Su recuerdo
seguía haciendo que se estremeciera.
Muchas veces deseaba
que le avisaran desde centralita de que su chica estaba al otro lado
del teléfono, como antaño, cuando todo el estrés se esfumaba como por
arte de magia cuando la escuchaba. Verónica tenía esa capacidad de
hipnotizarlo sólo con su voz.
Para volver a la
realidad, Mario se recordaba a sí mismo que esa relación se había
terminado. Ambos habían decidido cerrar aquella historia. Ella no
había puesto ningún tipo de objeción y no sería él quien diera
su brazo a torcer.
Había sido bonito
mientras duró, pero no podía olvidar que los últimos meses ni ella
ni él se reconocían en lo que fueron, dos enamorados dispuestos a
comerse el mundo.
-"Es lo que
hay"-pensó Mario-y echó la vista atrás en un análisis
improvisado de los últimos meses que pasaron juntos.
Las jornadas
laborales ya no eran de ocho horas. El tiempo de ocio fuera de casa
se sustituyó por pizza congelada y cerveza del supermercado (la que
estuviera en oferta). Las noches que podían salir a bailar estaba
demasiado cansado como para mover un sólo músculo. Hasta sus
relaciones íntimas habían disminuido y las pocas veces que hacían
el amor, terminaban casi sin mediar palabra. Buena culpa de ello la
tenía el despertador, que sonada cada vez más pronto desde que en
su empresa habían impuesto una jornada laboral más larga, en un
intento desesperado de aumentar la productividad, tras una reducción
de personal de la que él se había librado.
Esa espada de
Damocles sobre su cabeza, no le permitía sentirse libre, y lo
alejaba cada día más de ella, que por otra parte, tampoco hizo nada
por mejorar las cosas. Simplemente se dejaba llevar por el devenir de
las cosas, sin pedir ni dar más.
Tenía 45 años y
aunque su curriculum como publicista no estaba nada mal, le
atemorizaba enfrentarse a una carrera de fondo buscando un nuevo
empleo. Jornadas maratonianas buscando un nuevo lugar donde ganarse
la vida.
Lo veía a diario,
personas de todas las edades, con mucho talento y formación,
llegaban a su empresa buscando una oportunidad. Los currículums se
amontonaban en el cajón de recursos humanos donde, en el mejor de
los casos, quedaban relegados al olvido, porque otros muchos iban a
parar directamente a la trituradora de papel.
No fue capaz de
confesar a Verónica esos miedos con los que convivía cada día,
noche tras noche. No supo hablarle de su frustración ante los
despidos de sus mejores colegas de oficina. No quiso contarle que
quizás él sería el siguiente. Por eso debía demostrar más
que nunca, que era bueno en su trabajo, aunque ello supusiera aceptar
trabajar más horas y una reducción de salario que se notaba y
mucho, en la economía doméstica.
A veces era más
fácil fingir un desánimo absoluto para evitar salir de copas y ahorrar algo de dinero. Así evitaba contarle a Verónica que debían
estudiar la posibilidad de prescindir de ciertas cosas que hasta el
momento formaban parte de su cotidianidad. Era incapaz de arrebatar
su ilusión de mudarse a una casa más grande, por si se hiciera
realidad el deseo de formar una familia.
En el último año,
su situación laboral había mejorado. Los miedos y fantasmas que
habían teñido de negro su futuro más inmediato, poco a poco habían
ido disipándose. Gracias también a la ayuda de su amiga Laura,
psicóloga de profesión, con la que había mantenido varias sesiones
extraoficiales de terapia, mientras tomaban una caña, como cuando
iban juntos a la Universidad.
Laura, más como
amiga que como profesional, siempre le repetía que se había dejado
llevar por los acontecimientos sin que estos hubieran llegado. Había
dejado escapar a la que, sin duda, era su perfecta mitad por no
atreverse a asumir sus miedos y dejarse ayudar. Su amiga estaba
segura de que Verónica no habría permitido que se hundiera solo en
sus problemas y se habría convertido en su mejor salvavidas.
Estaba
convencida de que Mario, su amigo de toda la vida, estaba pagando un
alto precio por su inseguridad, por el miedo a perder a la
mujer que lo complementaba, haciendo para evitarlo, todo lo que no se
debe hacer. Anteponiendo su miedo a un despido y a no disponer de
recursos para materializar sus planes, a lo realmente importante, una
relación que durante años fue su mayor soporte.
-”Así es la vida
Laura”- decía él. -“A veces se gana y a veces se pierde, y a mi
me tocó perder. Nos habíamos alejado demasiado y nos mirábamos sin
vernos. No supimos deshauciar la rutina que llegó a casa para
instalarse. Han pasado dos años y probablemente me haya olvidado.
Con total seguridad habrá rehecho su vida. Es una mujer muy
atractiva e inteligente. Ojalá haya encontrado la felicidad que
tanto perseguimos juntos y dejamos escapar”-.
Con una sombra en la
mirada, Mario terminó la que era su tercera cerveza de un viernes
por la tarde.
En su casa, Verónica
había preparado toda suerte de aperitivos salados y algunas latas de
coca cola, para pasar ese viernes noche haciendo zapping frente a la
televisión. Ese fin de semana sus mejores amigas tenían la agenda
ocupada, con lo cual tendría que idear algún plan para ella.
Esperaba que el sábado amaneciera invitándola a coger la toalla y
un buen libro para tumbarse al sol y con suerte, hasta darse un baño
de agua salada. La playa era de aquellos pocos planes que no tenía
problema en ejecutar de forma individual, pero el tiempo era tan
variable, que no sabía si era más oportuno ponerse el bikini o una
buena sudadera.
En esos pensamientos
estaba enfrascada cuando reparó en un anuncio publicitario que había
visto miles de veces, y al que ésta vez decidió prestar un poco más
de atención. Una página para solteros exigentes. Ella era exigente.
Lo demostraban sus dos años de soltería, sin conformarse con amores
pasajeros ni citas preparadas, por muy bueno que fuera el restaurante
o por muy inflada que estuviera la Visa de quién invitaba.
-”¿Por qué no?”-
se preguntó a si misma. -“Quizás haya alguien tan exigente como
yo esperándome al otro lado de la pantalla. Quizás a pesar de todo,
encuentre a alguien que lleve buscándome toda la vida y resulte ser
el compañero ideal para compartir cada uno de mis días”-.
Limpió la capa de
polvo que cubría su ordenador portátil y lo encendió. Tecleó
aquella dirección que aparecía en el anuncio y una pantalla de un
azul brillante se abrió ante su atenta mirada, mostrando un montón
de nombres de supuestos solteros exigentes.
-”A ver Verónica,
empecemos por filtrar nombres haciendo una lista de exigencias
básicas o estaremos aquí toda la noche”-se dijo.
Edad: más de 40 y
menos de 50
Altura: entre 1,70 y 1,85
Altura: entre 1,70 y 1,85
Pulsó enter. La
lista seguía siendo demasiado larga, habría que filtrar un poco
más.
-”Puestos a ser
exigentes, que tenga pelo y una bonita sonrisa (al menos que tenga
todas las piezas dentales), vehículo propio y estudios superiores.
Seguro que así, ahorro tiempo”- pensó en voz alta.
Efectivamente la
lista se había reducido considerablemente y ahora sólo era cuestión de empezar.
Fue leyendo perfiles
hasta que su mirada se detuvo en una fotografía. Era la imagen de
unos ojos que le resultaban extremadamente familiares. Sólo unos
ojos, era todo cuando podía observarse en aquella imagen. Desplegó
la descripción de aquella mirada y leyó lo siguiente:
“Hombre
de 45 años, soltero y sin hijos. Licenciado en Marketing y
Publicidad desea conocer a alguien que le devuelva las ganas de
enamorarse, tras perder por estúpido y cobarde, al amor de su vida.
Alguien con quien comenzar un nuevo proyecto.Busco a una mujer
que llene mi cuerpo de cosquillas y le devuelva a mis ojos el brillo
que con ella, se marchó. Sólo quiero conocer a una chica que sea
capaz de regalarme la luna con un beso y que me llame al
trabajo para quitarme el estrés.Que
le guste salir a bailar, la pizza congelada y desayunar fuera los
domingos.Una
mujer que tenga la capacidad de hacerme olvidar su nombre, el sonido
de su risa y me ayude a recuperar el sentido de una vida que sin
ella, es menos vida.
Si cumples con todas estas exigencias, no dudes en contactar conmigo. Mi nombre es Mario”.
Si cumples con todas estas exigencias, no dudes en contactar conmigo. Mi nombre es Mario”.
Verónica
estupefacta y temblorosa leyó tantas veces aquel mensaje que hubiera
sido capaz de recitarlo de memoria. Abrió una botella
de vino, de esas que guardaba para ocasiones especiales y encendió
un cigarrillo en un intento desesperado de calmarse.
El corazón le latía
aceleradamente y sonaba tan fuerte que parecía escuchar su eco en el
salón de su pequeño piso.
No daba crédito a
lo que acaba de descubrir. Era incapaz de poner orden a las miles de
cosas que pasaban como estrellas fugaces por su mente. Así que él
no había dejado de quererla. Mario no la había olvidado.
Sin perder más
tiempo sus dedos teclearon apresuradamente una respuesta para los
ojos de aquel amor inconcluso, que ahora la miraban a ella.
“Cumplo
con cada una de tus exigencias, salvo que no quiero que olvides su
nombre ni el sonido de su risa.Me
gusta salir a bailar pero tampoco me importa quedarme en casa a comer
pizza congelada y beber cerveza de oferta. Desayunaremos
fuera los domingos y te regalaré la luna en cada uno de mis besos.Estoy
dispuesta a retomar ese proyecto de vida que se cerró por no tener
la valentía de mirarnos a los ojos. Por esperar que fuera el otro,
quien diera su brazo a torcer”.Tuya
siempre...Verónica.
Pulsó con tanta
fuerza la techa para enviar que temió haber despertado al vecino.
Sus ojos estaban abiertos como platos, incapaz de pestañear para
asegurarse de que su mensaje había sido enviado correctamente al
destinatario de aquellos ojos.
-”Mario, Mario,
Mario...”-repetían sus labios en voz alta.
Y de pronto, un
mensaje apareció en la pantalla del ordenador. Leyó
atropelladamente aquel aviso que decía. "Lo
sentimos, el mensaje no pudo ser enviado al destinatario, puesto que
este perfil ha sido desactivado por el usuario en las últimas 24
horas”.
No daba crédito a
lo que leía. Un día, sólo un día, 24 horas de nada, la volvían a
separar del que, sin duda, era la persona que llenaba su vida cada
amanecer. Ahora más que nunca estaba convencida de ello pero quizás
era demasiado tarde...
Guauuuu!!! ya ladro en vez de cantar como un pájaro :) el cuento es genial, dime que continuará porfa... tiene todos los ingredientes para atrapar, además está muy bien escrito.
ResponderEliminarUn abrazo cálido
Tu ladrido me ha llegado al corazón :-). Gracias por seguir posándote en mi rama y dejarme tus palabras, que siempre son un aliento a seguir adelante. Quizás haya una segunda parte de la historia, en ello estoy trabajando.jajajaja. Un beso fuerte.
ResponderEliminarPues ya te puedes poner a escribir, estas tardando. ... Engacha y llega miniña, hace calor y no estoy sudando pero el cuello de mi camisa está mojado.
ResponderEliminarVoy a copiar a Alondra...jaja...guaauuu...me ha encantado...y espero continuació...bessooss
ResponderEliminarMillones de lágrimas rodaron por mis mejillas al leer este post! Dioooos!
ResponderEliminar