jueves, 30 de enero de 2014

Escuchar con los ojos...

No me pregunten por qué hace tanto tiempo que no actualizo este rinconcito que es tan especial e importante para mi. Un espacio que no dejo de visitar día sí y día también, porque necesito seguir sintiendo y recordando, que estos retales forman parte de mi vida.
Ni yo misma sé por qué no he vuelto a escribir durante casi un año, aunque si te soy sincera (y si me sigues sabes que me gusta serlo), prefiero creer que no lo sé. 
Lo cierto, es que algunos factores externos y ajenos a mi, han provocado que en lugar de escribir en el blog, lo haya hecho en otros soportes más tradicionales, que quizás algún día comparta por aquí.
No quiero seguir prolongando esta "ausencia". Sé que hay personas anónimas ahí detrás, que extrañan mis letras, además de quienes cada día me animan y motivan a que siga escribiendo. "De cualquier cosa -me dicen- pero escribe".
Así que aquí estoy de nuevo, aunque el post de hoy nada tiene que ver conmigo. Bueno, algo sí. Forma parte de esos relatos que escucho a través de la radio en mis ratos de ocio, y que sin saber por qué, me llaman especialmente la atención.
Supongo que en este caso concreto, este texto me ha gustado tanto porque soy de las que pienso que efectivamente "los ojos son el espejo del alma", y que "hay  miradas que lo dicen todo, incluso lo que las palabras callan". 

En resumidas cuentas, creo que no hay nada más revelador que una mirada.

El texto en cuestión es éste que he transcrito de forma literal, tal cual lo escuché en uno de mis programas de radio favoritos.

"Tus ojos de aceite virgen extra, parecían querer comerse el espejo de mi taxi a parpadeos. Eran ojos inyectados en la urgencia de quien busca un mejor amigo ocasional. Sumábamos kilómetros, calles, cruces, edificios, y tú seguías lanzándome vengalas de auxilio con los ojos y yo te serví los míos en bandeja. 
Te miré con ojos de "aquí me tienes, te doy mi tiempo". Ojos de "soy todo oídos". Incluso bajé el volumen de la música para darte pie. También levanté las cejas en un intento de tirar del hilo de tu boca, pero tú seguías callada, en pose de alerta, como a punto de soltarte pero sin hacerlo. Entonces recordé que al subir en mi taxi, me tendiste la tarjeta de un hotel como destino. 
No dijiste nada, tampoco saludaste, sólo me tendiste una tarjeta. Pudiera ser que fueras extranjera, pensé. Tal vez no hablaras mi idioma y me miraras con ojos de extranjera, pero cómo interpretar una mirada en alemán, o en bábaro, o en checo. 
Cómo traducir el lenguaje de sus ojos al dialecto de los míos. Cómo es posible en pleno siglo XXI, que no existan aún aplicaciones que interpreten las miradas o subtitulen lo que unos ojos intentan decir a otros ojos. Y en esa tensión y esas dudas, y esos ojos clavados en mis ojos, me mantuve hasta llegar a su hotel, y entonces ella sacó del bolso una libreta y escribió algo. Luego me pagó el taxi, me tendió el papel y se marchó. 
El papel decía "gracias por escucharme con los ojos, soy sordomuda".

Gracias a todos y todas por seguir ahí a pesar de la distancia y de la ausencia de nuevas letras.
Prometo y me prometo seguir escribiendo. El qué...no lo sé.