sábado, 27 de junio de 2009

Aquella primera cita...aquella primera mirada

Llegó sigilosamente, casi de puntillas para evitar hacer demasiado ruido. Encontró su puerta lo suficientemente abierta como para vislumbrar la delgada línea que separaba su pasado de su presente. Era tan fina que ella solía traspasarla con demasiada facilidad y frecuencia. Todavía hoy sigue ahí...pero cada vez es más perceptible, por lo que cruzarla ya no es tan fortuito.
Dadas las circunstancias del momento llegó como “agua de mayo” en plena sequía, como un soplo de aire fresco cuando el calor aprieta en el mes de agosto o como el mejor de los manjares cuando el estómago pide a gritos algo de comer...Así llegó él a su vida, para tenderle una mano, para regalarle un sonrisa en aquel instante en el que ella más necesitaba contar con una palabra amiga.
Pudo haber sido uno más, pero los caprichos del destino se empeñaron en que no pasara desapercibido. Aún hoy se pregunta por qué no fue uno más en su tránsito hacia una nueva vida, por qué extraña razón aquellos ojos oscuros hablaban sin hablar, aportando los argumentos necesarios para que aquella primera cita dejara tan buen sabor de boca. No fue por la cena desde luego, porque aquella noche el nerviosismo y la incertidumbre se impusieron al hambre, relegándola a un segundo plano.
Manos inquietas y sudorosas. Miradas que se perdían más allá de los ojos del otro y varias horas de charla hasta conseguir “controlar” la situación y empezar a relajarse un poco para disfrutar de ese primer encuentro.
Fue totalmente improvisado y ella agradeció aquella invitación que no podía rechazar porque en el fondo llevaba días esperándola...toda una sorpresa que él le propusiera quedar esa misma noche. La paciencia no era su fuerte, así que mejor “liarse la manta a la cabeza” y que pasara lo que tuviera que pasar cuanto antes, porque aquel “desconocido” se había colado noches atrás en sus sueños.
Al menos, la premura de la cita no le daría demasiado margen de maniobra para deshacer el armario y buscar los complementos ideales con los que a su juicio causaría buena impresión. También es cierto que sin apenas conocerlo no podía hacerse una idea aproximada de cuál sería el aspecto que más le agradaría, así que procuraría ser ella misma. La naturalidad y la espontaneidad que la caracterizaban, serían sus mejores armas, no para seducirlo porque en el fondo pensaba que no sería su tipo, sino para intentar al menos pasar un rato agradable sin tener que mirar continuamente el reloj hasta que pasara el tiempo suficiente y evitar una despedida sospechosamente precipitada.
La sorpresa no se hizo esperar cuando sus tacones pisaron por primera vez aquel lugar por el que había pasado tantas veces sin haber entrado nunca. Sabía que no tendría ningún problema en reconocerlo y el hecho de que aquel rincón estuviera casi vacío ayudó a que la primera inspección ocular diera un buen resultado. En la mesa del fondo estaba él…camiseta negra y gomina en el pelo. Sobre la mesa su móvil plateado que curiosamente era el mismo modelo que el que llevaba ella en su cartera, una simple coincidencia que sirvió para romper el hielo. Tras el saludo de cortesía y un beso en cada mejilla, las palabras fueron saliendo por sí solas…más en boca de ella a quien los nervios le daban por hablar más de la cuenta. Entre frase y frase, distintos pensamientos se daban cita en su cabeza para confirmarle que habría sido una mala decisión declinar la invitación a aquel encuentro. Tras los primeros minutos de charla supo que la noche prometía ser cuanto menos agradable.
Horas que pasaron como minutos se escaparon del reloj mientras intercambiaban experiencias, comentarios, anécdotas y algunas que otras risas que salpicaron una velada que se prolongaría durante varias horas.
Tras algo de picoteo para apaciguar los clamores del estómago que llevaba demasiadas horas sin ninguna compensación gastronómica, decidieron que podía ser buena idea ir a tomar una copa a cualquier lugar. Total, era viernes noche y para la mañana del sábado no habían grandes planes, así que por qué no. Tras unos minutos de indecisión sobre si sería buena idea ir juntos o cada uno en su coche, él optó por llevarla a pesar de que luego tendría que regresar para recorrer de nuevo el mismo camino, pero según comentó eso no suponía ningún problema pues le gustaba conducir. En el fondo ella se alegró de que así fuera porque conducir sola y de noche, no era de las cosas que más le gustaban.
Curiosamente ambos tenían unas ganas irrefrenables de encender un cigarrillo, de esos que tanto apetecen tras un momento importante y que se había hecho esperar durante bastante rato porque ambos desconocían la dependencia a la nicotina que tanto el uno como el otro tenían. No dejó de ser una sorpresa la capacidad de aguante de los dos, por el mero hecho de no saber si al otro le molestaría que este vicio formara parte de su vida.
Una cafetería con mucha elegancia y un estilo que combinaba lo arabesco con el chill out, fue el lugar escogido por él. Para llegar era necesario cruzar un breve paseo tenuemente iluminado que haría las delicias de cualquier pareja de enamorados. Ella tampoco conocía aquel rincón, por un instante pensó en la cantidad de lugares que desconocía a pesar de vivir en una isla tan pequeña comparada con las grandes ciudades. Pensó en todo el tiempo que había perdido en los últimos años, no sólo por no conocer aquel lugar en concreto, sino porque los últimos acontecimientos de su vida le hacían darse cuenta de que llevaba mucho tiempo sin disfrutar de muchas cosas que siempre le gustaron y en las que no había vuelto a reparar. Cosas sencillas que hacen que la vida cobre importancia como tomarse una cerveza en cualquier terraza, un paseo por la orilla del mar o salir a bailar una noche cualquiera. A pesar de su juventud, esas cosas ya no formaban parte de su día a día salvo si había alguna celebración especial. Siempre habían cosas más importantes que divertirse sin motivo aparente. La casa, el dinero, el trabajo, el cansancio, el fútbol, el cine…cualquier excusa era válida para quedarse noche tras noche en el sofá o con el portátil como única compañía.
Era curioso pensar que precisamente en los peores momentos de su vida era cuándo más ganas tenía de vivir, de renovar buenas costumbres, de sentirse una nueva mujer. Había perdido hasta la práctica de maquillarse, había perdido la inquietud por sentirse guapa, por gustarse a sí misma y gustar así a los demás…sin saberlo, había envejecido en el mejor momento de su vida. Ese en el que tienes la suficiente juventud para “comerte el mundo” pero al mismo tiempo la suficiente madurez para valorar las cosas que te rodean y a las personas que te rodean.
Y aunque sabía que los años pasan demasiado deprisa y aún sintiendo que el tiempo se le escurría entre las manos, no hacía el menor esfuerzo por poner remedio a esa desidia, a esa dejadez que la apartaba de la vida que realmente le hubiera gustado vivir. No pedía grandes cosas, sólo un poco más de emoción y diversión, salir de la rutina que había convertido sus días en una monotonía constante.
Pero ahora era distinto, ahora empezaba a asimilar que todo el pasado debía empezar a ser eso…pasado. Que una nueva vida se abría ante ella y que era el momento de tomar las riendas, que había llegado el momento de empezar de nuevo.
Aquella primera cita estaba a punto de concluir, aunque le hubiera encantado que continuara unas cuantas horas más. De regreso al que había sido el punto de encuentro unas horas antes, mientras sonaba una canción con la que Enrique Morente y Alejandro Sanz ponían la carne de gallina, se reiteraba a sí misma que había sido una buena opción quedar con el que ya sentía como un nuevo amigo. Mariposas en el estómago le recordaban sensaciones que había olvidado, aquel desconocido, que ya no lo era tanto, le había devuelto una mirada de alegría a unos ojos que llevaban tiempo sin sonreír, ahogados entre tantas lágrimas que habían derramado en los últimos tiempos.
Y como despedida nuevamente un beso por mejilla y un “me ha encantado conocerte, lo he pasado muy bien esta noche”…”gracias por tu compañía y hasta otra”.
De camino a casa, nuevamente en la soledad de sus pensamientos, supo que aquella primera cita no sería la última…que aquellos ojos oscuros volverían a mirarla y deseó que aquellas manos sudorosas por los nervios, algún día la tocaran. Sabía que aquellas manos tenían algo especial que en cierta manera ella quería descubrir. No eran unas manos cualquiera, eran las manos de un artista.

1 comentario:

  1. He leído cada relato y me emocioné muchísimo... Siento que estuve leyendo mi vida... Así sentí mi divorcio y mi primera cita luego de eso (frustrada por cierto), pero igual sigo en el camino esperando que algún día vuelvan esas mariposas en el estómago... que algún día vuelva a sentirme ¡viva!.

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